Recientemente el capellán Pablo Walker entregó distintas razones para explicar por qué se produce la narcocultura, una de las manifestaciones de la pobreza multidimensional, que afecta junto a otros problemas al 20,9% de los chilenos, según la encuesta Casen de 2015.
Y cuando hablamos de pobreza multidimensional no hablamos de personas en situación de calle, sino que nos referimos a aquella pobreza que separa a las familias, encarcela, quita las ilusiones y termina matando a las personas de igual manera. Nos referimos a esa pobreza que tiene a los narcos en las calles, y a las familias junto a los niños encarcelados en sus casas.
Esta realidad, que muchos no ven o conocen, hoy se ha puesto en la palestra gracias al capellán y al trabajo de otros religiosos. Junto a ello, y de cara a las elecciones de noviembre, los conglomerados políticos han comenzado a referirse al tema, mientras que el Gobierno ya salió al paso, dando a conocer una serie de medidas que atacan las consecuencias.
Pero, ¿por qué combatir las consecuencias y no los orígenes del problema?
Cuando se habla de políticas y programas para superar la narcocultura, nos hace cada vez más sentido la necesidad de conocer y entender a los afectados, para desde allí trabajar con ellos y comenzar a superar la situación, mediante la implementación de programas efectivos que reúnan a las personas, en donde se creen verdaderos barrios, y en donde los niños vuelvan a jugar con tranquilidad junto a sus padres en los espacios públicos.
Creemos que ya es hora de devolver a las personas la posibilidad de tener algo tan sencillo como una vida en comunidad y con tranquilidad, pero para ello tanto el sector privado como público deben hacer lo suyo, entregando a modo de ejemplo más opciones para algo tan simple, natural y necesario como que los padres compartan tiempo con sus hijos (está comprobado que eso genera seguridad, y con ello otra serie de beneficios que alejan a los jóvenes de la droga) y, junto a ello, espacios de recreación, actividades comunitarias y programas reales que impacten en la vida de las personas, mostrándoles más opciones que el dinero que puede traer la droga y la violencia.
De la misma manera creemos que quienes hablan de narcocultura y cómo superarla, debería entender y ver, a modo de ejemplo, que en el debate sobre la marihuana no se puede excluir a los niños y niñas que en pleno desarrollo físico y emocional crecen viendo cómo sus padres se relacionan con esta y otras drogas con normalidad, y que, al ser normal, ellos también quieren hacerlo. Es necesario y urgente conocer esta realidad para pensar en este tipo de políticas, que finalmente afectan a los más segregados.
Esperamos que las palabras de Walker y muchos otros religiosos que sacrifican sus vidas por los más necesitados no se pierdan, y que de una buena vez se trabaje sobre el origen del problema, y no en las consecuencias. Creemos que en Chile aún estamos a tiempo de lograr esto, para que juntos podamos salvar vidas y devolverle, a los más segregados, la felicidad y tranquilidad que todos se merecen.